Las luces de la tarde
empezaban a pintar el cielo de extraños colores, el paso de montaña había sido
duro, pero el tuerto recordaba una gran aldea en el valle, pescadores y
campesinos vivían en una zona de difícil acceso pero vastos recursos.
Quizás pueda dormir
bajo techo esta noche, comer caliente, y posiblemente Compañero, su caballo,
podrá saborear una fruta.
A medida
que descendía de la montaña el camino se hacía más fácil, las rocas dieron paso
al bosque y el bosque a los campos, los cuales ya habían sido cosechados.
El
pueblo, sin embargo, parecía abandonado, Quintus solo fue recibido por perros
flacos, y peor aún, niños flacos. Avanzó hacia la posada del pueblo y pudo
ver los restos de una embarcación encallada en el río. Las casas demostraban
con evidencia el hostil paso del tiempo.
A diferencia
del puerto de carga que recordaba, este estaba destruido y los únicos barcos
que se veían solo eran maderas flotando.
Llegó a la posada del
pueblo, antes de ingresar se detuvo a leer el cartel que indicaba su nombre a
tiempo que tomaba sus pocas monedas de las alforjas que llevaba Compañero
–Saludos–dijo
cuando ingresó a “El caldero del pueblo” pero no recibió otra respuesta más que
miradas hostiles.
Se acercó al posadero
y volvió a saludar.
–Buenas tardes –dijo.
El dueño de la posada
lo miró seriamente y habló fuertemente para que todos escucharan.
– ¿Esta es la nueva
ayuda del Rey? un caballero viejo, herido y pobre. ¿Tiene dinero al menos? ¿O
piensa comer y beber gratis antes de morir en su tarea?
El tuerto
clavó su ojo en el hombre, y cuando noto que su mirada hizo mella en la
templanza del cantinero cambió su expresión y sonrió.
– Bueno, yo mejor
diría que soy un caballero experimentado, que eligió el camino y el servicio
como estilo de vida, por lo que ando liviano de equipaje y lujos. Pero dime, ya
que me ha llamado la atención el hecho de comer y beber gratis. ¿Cuál es ese
servicio del que hablas? –.
– ¿Acaso el Rey no te
informó del mal que castiga nuestra tierra? – El posadero parecía enojado y
frustrado.
– Eres el cuarto
caballero enviado por el Rey, Sir Pervinox fue el primero, reunió una
tropa y se decidió a atacar a la bestia para morir destrozado por las pinzas,
su capa adorna esa columna. – Quintus observó la tela, era del color del hierro
oxidado y parecía de buena calidad pero nunca había oído hablar de Sir
Pervinox.
– Luego llegó Bastian
hijo de Garr, – Continuó el cantinero mientras limpiaba un vaso. –Un hombre
gigante sin dudas, pero no lo suficientemente rápido para la bestia.
Colocó el vaso al
alcance del tuerto y le sirvió cerveza
– Y por último el
caballero del Murciélago, nadie supo su nombre e insistió en hacer todo solo,
pues murió solo.
El tuerto bebió
cerveza y luego se limpió el bigote con su mano, se dio vuelta para hablarles a
todos los presentes en la posada.
– Nadie me envió, mi
nombre es Quintus y soy el último caballero de la Orden del Lobo. El camino es
mi hogar y el servicio al pueblo mi modo de vida. No conozco a su Rey, ni
siquiera sé qué reino es este, pero dudo mucho que la solución llegue desde los
poderosos. Díganme de qué bestia estamos hablando y ¿por qué merece morir?
– Estoy hablando del
castigo del río, la desgracia de estas tierras, hablo del quebrantahuesos, un
cangrejo tan grande como esta posada; saqueó la pesca de nuestras aguas, es el
dueño de los peces, nos quitó el río y hundió las barcazas que
transportaban nuestras cosechas al gran mercado del reino, hemos perdido todo y
solo quedamos en el pueblo los que no somos suficientemente fuertes paras
atravesar el paso de montaña.
Pedimos muchas veces
ayuda a nuestro Rey, pero solo envió niños jugando a ser caballeros. Algunos
del pueblo creen que él se ve beneficiado por nuestra pobreza ya que los granos
de su propia tierra ocupan nuestros puestos en el gran mercado.
– Acepto tu oferta,
comeré y beberé esta noche pero no será gratis, por la mañana me ocuparé de la
bestia.
Muy
temprano por la mañana Quintus salió de la posada y revisó a Compañero en el
establo. El corcel era un animal experimentado en batalla, de un color tan
negro como la noche y con una mancha en forma de cruz blanca en su pecho, su
presencia en el establo intimidaba a los otros caballos y mulas que se
encontraban ya acostumbrados al hambre y la falta de atención del pueblo.
El tuerto
se dirigió hacia el río, pero dejó a Compañero en el establo. Al llegar a
la orilla se detuvo a observar, y noto la presencia de un niño que lo vigilaba
desde lejos. Le hizo señas y el niño se acercó alegremente.
– Hola niño.
– Hola señor –dijo el
niño. – ¿Es usted un caballero?
– Si, lo soy.
– ¿Y va a matar al
monstruo?
– Bueno, no quisiera
hacerlo, pero eso espero. Aunque necesito un asistente para esa tarea. ¿Puedes
ayudarme?
– Si señor, yo sé
todo sobre ese monstruo, puedo ayudarlo y, si me lo permite, quisiera
unirme a su valiente cruzada. –El caballero sonrió y puso su mano sobre la
cabeza del niño.
– Creo que eres muy
pequeño aun para unirte a los caminos, además no puedo asegurarte una buena
vida. Pero si me ayudas, siempre serás amigo de la Orden del Lobo.
– Dime ¿cuándo
apareció este monstruo?
–Hace más de un año
señor, durante la noche atacó al carnicero, destrozó su casa y devoró su
mercancía, nadie estaba listo para ayudarlo y cuando la noche terminó el dueño
de los peces ya estaba de nuevo en el río.
– ¿El dueño de los
peces?
– Así es como la
gente del pueblo lo llama, yo y mi amigo Yoris lo llamamos Acorazado.
– Es un nombre
interesante, ¿por qué le dicen así?
– Es que nosotros lo
vimos todas las veces que atacó señor, siempre estamos atentos al río.
– ¿Y como es este
acorazado? – Preguntó Quintus mientras lanzaba una piedra al agua. El niño
parecía emocionado con la pregunta.
– ¡Es enorme señor!
En su lomo crecen plantas y rocas como si fuese una isla que camina, está
vestido de armadura completa como los caballeros que enfrenta, pero la del
Acorazado es de varios colores y siempre está mojada aunque esté fuera del
agua.
Primero fue la
carnicería pero unos días más tarde atacó las barcazas que llevaban la
cosecha y animales para el mercado. Desde ese día nadie volvió a navegar, y
desde la costa nadie pudo volver a pescar nada.
– El posadero
mencionó que tres caballeros intentaron matarlo, ¿sabes que hicieron?
– Si, el primero
reunió un grupo de personas dispuestas a luchar y espero en la costa a que el
Acorazado aparezca. Pero el monstruo salió por la noche y los sorprendió, la
capa del caballero era de color manzana podrida y ahora decora la
posada.
– Parece que el
monstruo es bastante astuto.
– Sí señor, eso dijo
el caballero gigante. Y dijo también que lo iba a enfrentar en donde el bosque
llega a la costa del río, para que el cangrejo no pueda moverse. Pero cuando el
Acorazado se salió del agua, el caballero corrió a enfrentarlo; la batalla fue
en el agua y no pudo hacerle daño, vimos como su espada se rompía contra la
armadura del monstruo.
– Esa parece una
buena idea pero creo que no tuvo la paciencia necesaria. Y dime ¿qué hizo el
caballero murciélago?
– El hombre
murciélago dijo que se debía enfrentar al monstruo por la noche, pero nadie
supo nada más de él hasta que su escudo apareció en la costa del río, ahora
está.
– Ya sé –interrumpió
Quintus –en la posada.
– Sí señor –dijo el
niño.
Bueno,
por lo visto el monstruo tiene una armadura tan fuerte que un hombre grande no
puede penetrarla con una espada, prefiere salir por las noches y si lo que
dices es cierto, todos sus ataques fueron por comida.
“La bestia solo
intenta sobrevivir” pensó el tuerto. “Pero está gente también, y tienen un Rey
que los prefiere pobres. ¿Por qué será que la gente con privilegios no entiende
de empatía? ¿Que necesidad tiene un gobernante de robarle a sus
gobernados?”.
“La tarea no me
agrada, pero tendré que hacerme cargo del Acorazado” pensó Quintus y sonrió al
notar que el nombre que el niño le había dado a la bestia, también él, lo había
adoptado como el nombre propio del monstruo.
Quintus volvió al Caldero del Pueblo y se dispuso a hablar con la gente presente.
– He evaluado las
fuerzas del enemigo y existe una posibilidad, pero a diferencia del hombre
murciélago, yo necesitaré la ayuda del pueblo.
– ¿Por qué nosotros?
dijo un viejo. –No es suficiente con lo que pagamos de impuestos para que
tengamos también que entregar nuestra sangre.
La gente de la posada
aprobaba los dichos del viejo. Pero el tuerto pidió silencio y habló.
–Es verdad, que
ustedes han sacrificado mucho, pero la ayuda no vendrá de otro lado. Deben
confiar en su fuerza ya que es la fuerza del pueblo que trabaja la que mantiene
con vida el reino, quizás el Rey haya olvidado su condición de servidor, no lo
sé con exactitud, quizás ni siquiera le importa. Pero lo cierto es que debemos
luchar juntos, no habrá otra ayuda.
– ¿Y que necesitas
caballero? Dijo el posadero.
– Necesitaremos un
sacrificio, todo el aceite que quede en el pueblo, una fogata que convierta la
noche en día, ganchos, sogas y mulas. Y todos los espejos que estén en el
pueblo deberán ser pulidos todo el día, esta noche serán de vital
importancia.
– ¡No podemos
derrochar el aceite! ¡Nos dejarás más pobres! ¿Qué sacrificio? –Los gritos y el
enojo de la gente del pueblo no carecían de razón, si el plan del tuerto no
funcionaba era una muerte segura para esta gente.
– Escúchenme, se que
el riesgo es alto, pero finalmente morirían si no hacemos nada ¿Acaso no es
mejor intentar hacer algo para cambiar su vida que solo vivir en la seguridad
de su rutina? Deben entender que hay diferencia entre vivir y esperar la
muerte.
¿Acaso les parece
justo morir de hambre en una tierra tan fértil? Pronto estarán comiendo carne
de perro si es que ya no lo han hecho. Yo ofrezco una oportunidad, y si
la bestia no es derrotada, habré muerto con la tranquilidad de por lo menos no
quedarme de brazos cruzados mientras el tiempo simplemente se acaba.
El
posadero sonrió, sirvió cerveza y brindo por Quintus.
– ¡Que viva el Lobo
Errante! –dijo y todos los asistentes se sumaron al grito. – ¡Que viva el lobo!
¡Mataremos a la bestia!
La tarde llegó
deprisa, el sacrificio fue un toro demasiado viejo, éste fue degollado y su
sangre fue vertida en las aguas del río durante todo el día y el cuerpo del
mismo se encontraba a unos 50 metros de la orilla, sobre la calle que daba a la
plaza del pueblo. El Tuerto estaba montado en Compañero y a sus espaldas habían
armado una enorme pira, no estaba encendida pero estaba empapada en aceite, la
luz debería ser repentina.
El niño de la mañana
se acercó a Quintus.
– Sir Lobo, aquí está
su escudo.
– Gracias muchacho,
dijo el caballero mientras lo tomaba con su brazo izquierdo.
El escudo tenía
muchas marcas de batalla pero el Lobo negro con fondo amarillo todavía se
admiraba en el. En ese momento vino a su mente la vieja oración de la Orden.
“Roble, cuero y
acero. Protejan mi cuerpo y den a mi brazo la fuerza del hierro siempre que se
levante para defender al pueblo”
– Sir, la marea está
bajando y no hay novedades. –dijo alguien.
– Te equivocas, el
agua no ha retrocedido ni un paso. –aseguró el tuerto sin darse vuelta para ver
con quién hablaba.
– ¿Acaso no ve las
rocas señor?
– Ve a tu lugar, esas
no son rocas, nuestro invitado se ha presentado a cenar.
Hasta que la noche se
cerró el Acorazado no se movió de su lugar. La paciencia era fundamental en
este enfrentamiento, Quintus sabía que solo tendría una oportunidad.
Sentía a Compañero
tenso, parecía bufar de impaciencia, era un corcel de batalla experimentado y
sabía lo que el olor de la sangre anunciaba.
El pueblo aguardaba
en silencio, Quintus observaba a los aldeanos en las posiciones que les había
indicado, está noche los techos de la aldea serían su refugio.
Cuando la oscuridad
reinaba, el cangrejo emergió lentamente del agua, la bestia era asombrosa.
Realmente tenía el tamaño de una casa, y comenzó a avanzar hacia el cuerpo del
toro, primero lo hizo lentamente, como evaluando la situación. Pero finalmente
tomó confianza y avanzó hacía la carnada.
Varios metros más
atrás del toro, Quintus aguardaba el momento, montado en Compañero con
armadura, lanza y escudo listos, y llevaba una maza de batalla sujeta a su
cintura. De armadura completa estaba muy pesado, si la batalla llegará al agua,
el río se metería por su yelmo y se ahogaría.
El inmenso cangrejo
avanzaba directo a la trampa, su coraza era magnífica, a la luz de la luna
llena estallaba de varios colores: azul, rojo, rosa y demás. Cada placa de la
coraza estaba bien unida a la siguiente, sin embargo la armadura de la bestia
no limitaba su movimiento.
La bestia llegó a la
carnada y comenzó a comer. El pueblo aguardaba la orden.
Quintus se concentró en
su respiración y en Compañero, sintió cada músculo del corcel prepararse para
lo que venía, se afirmó en la silla y gritó.
– ¡Ahora!
La gran pira de
la plaza fue encendida y su luz aclaró la noche de forma muy repentina, todos
los aldeanos con espejos en los techos apuntaron la luz directo al cangrejo,
mientras tanto compañero inició la carga a toda velocidad.
“Roble, cuero y
acero. Protejan mi cuerpo y den a mi brazo la fuerza del hierro siempre que se
levante para defender al pueblo”
Cientos de piedras
fueron lanzadas a la bestia, y ésta extendió sus tenazas y sus patas delanteras
poniéndose en una posición amenazante. Quintus vio expandirse las fosas nasales
de Compañero, el corcel ponía todo de sí en la tarea para la que fue entrenado,
Todos los espejos
apuntaban la luz directo a los ojos del cangrejo.
“Roble, cuero y
acero. Protejan mi cuerpo y den a mi brazo la fuerza del hierro siempre que se
levante para defender al pueblo”
Quintus se puso de
pie en los estribos y depositó todo su peso y el de sus armas en la lanza, como
si fuese una justa. Los cascos de Compañero levantaban barro a su paso
El Acorazado parecía
cada vez más grande, y el tuerto pudo ver su objetivo, la boca del cangrejo era
el blanco. El caballero afirmó su peso, sujetó con fuerza la lanza y mantuvo su
vista en el punto débil de la bestia, la carrera terminó con una colisión
bestial de Compañero contra el acorazado.
El impacto fue
terrible y entre los chirridos del cangrejo, sus patas y las patadas de
compañero, Quintus se esforzaba por recuperar el aire.
Roble, cuero y acero;
barro, sangre y sudor; bestia, hombre y corcel; todo se mezcló en la confusión.
Quintus ya no estaba montado, pero Compañero había recuperado el equilibrio
rápidamente. “Siempre es el mejor del equipo” pensó el tuerto.
¡Fuera, fuera
compañero! –Gritó.
Las luces también le
molestaban y el barro hacía que ponerse de pie fuese una lucha aparte. La
bestia lo volvió a derribar, nunca supo bien si fue una casualidad o un
movimiento premeditado, pero esta vez el barro se quedó con el yelmo, las
piedras caían generando confusión que un grupo de valientes aldeanos aprovechó
para sujetar con sogas y ganchos al cangrejo para que no vuelva al agua. Las
mulas que intentaban tirar de las sogas eran arrastradas pero el cangrejo
estaba desorientado.
El tuerto se puso de
pie a duras penas y con la maza golpeó la lanza como si se tratase de un clavo
golpeado por un martillo. El monstruo volvió a golpearlo mientras retrocedía al
agua. Quintus voló varios metros antes de volver a perder el aire contra el
suelo.
La batalla que
libraban las mulas cobraba importancia vital, hacían fuerza para que el
Acorazado no llegara al agua.
Entonces el tuerto lo
vio, el pomo de una espada se asomaba entre la unión de dos placas de la
armadura de la bestia, justo en el vientre del animal.
El herido caballero
avanzó hacia el monstruo, esta vez la carga era a pie. Sin pensar en sus
movimientos pudo esquivar un ataque de las pinzas y logró quedar debajo de la
bestia. Una oportunidad, una chance, un golpe… o el pueblo moriría de
hambre.
Esa adrenalina que se
hace presente frente a la conciencia del final mutó en una potencia inesperada
que partió desde sus piernas, recorrió todo su cuerpo e impulsó la masa
directamente hacia el pomo de la espada, hundiéndola completamente en el
animal.
La bestia hizo un
sonido que Quintus nunca olvidaría y luego se desplomó al suelo. Poco a poco
sus patas se fueron replegando, dándole una posición extraña y final.
El pueblo estalló en
alegría y cuando se aseguraron de que el Acorazado no se levantaría, echaron
mano de cualquier herramienta que pudiera servir para abrir la cáscara del
derrotado dueño de los peces, corrieron hacia él para sacar su carne. La escena
era extraña, los aldeanos se habían transformado en pirañas, algunos de ellos
comían directamente del cuerpo de la bestia. Rápidamente comenzaron a pelear
entre ellos por los mejores trozos del alimento en el que se había convertido
el antiguo enemigo.
El hambre puede
forzar a las personas a responder a sus más primitivos instintos.
Antes de la siguiente
luna llena y sin haberse recuperado del todo, Quintus volvió al camino. Cómo
única recompensa se llevó una piedra de afilar, una bolsa de manzanas para
Compañero, algunos peces salados y una historia para contar.
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