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El sendero de los muertos

 Lentamente la embarcación surcaba las aguas del río y la espesura de la niebla matinal. En la proa un tripulante iba determinando la profundidad mientras avanzaban y dando indicaciones para corregir el rumbo si fuese necesario. Realmente Quintus odiaba navegar, la idea de hundirse en las aguas no le agradaba, pero a veces el camino lo obligaba a subir a un barco. La nave llevaba pasajeros con sus animales, algunas mercancías, y la bodega llena de pieles curadas que venían del gran bosque del norte. Su destino era Molino viejo, una ciudad a la orilla del Río Grande, desde la cual se podía llegar al camino del Rey en dos días, y desde allí a casi cualquier punto de este reino y otros más. 

– Señor Quintus, parece molesto. ¿ocurre algo? El caballero se volteó y vio al Capitán que le ofrecía un vaso de vino especiado. 

– Bueno, la verdad es que no disfruto el viaje– contestó el Tuerto mientras recibía la bebida.

– No se preocupe señor, pronto llegaremos a Molino viejo y usted y su caballo podrán seguir su camino –  

Quintus observó a Compañero, el corcel se encontraba con los otros caballos pero este destacaba en tamaño, y también en carácter. Disfrutaba el viaje tan poco como el tuerto.

–Gracias por llevarnos– dijo y bebió del vaso. Sintió el calor de la bebida bajar por su garganta, sensación agradable en esa fría mañana.

– No hay que agradecer, La Mula de los ríos siempre estará al servicio de la Orden del Lobo, como le dije, debo mi vida a Sir Otto de la Colina –

– La Bestia del puente negro– dijo Quintus con alegría e hizo un ademan de hacer un brindis con el vaso. Sir Otto era un antiguo hermano de armas, quien había ganado renombre resistiendo la posición en el puente negro mientras los pobladores se retiraban. A pesar de haber salvado muchas vidas ese día, entre ellas las del Capitán de la “Mula”, Sir Otto fue castigado por el General de las tropas, los enemigos debían atravesar el puente para quedar en posición vulnerable y los campesinos eran un sacrificio aceptable para la grandeza del reino. Quintus siempre encontraba placer en las conversaciones acerca de sus antiguos compañeros y de las épocas en que la Orden del Lobo estaba en su plenitud. Sir Otto fue el caballero más grande que vistió la capa del lobo, pasaba con facilidad los dos metros y su espalda era ancha como una puerta. De risa fácil y de puño fácil, Sir Otto fue un gran caballero, y mejor aún, un gran amigo. Después de tanto tiempo le había conseguido un viaje gratis en el barco.

– Sir Otto fue uno de los mejores de la Orden del Lobo- dijo Quintus y volvió a beber.

– Si señor, aunque yo era un niño, nunca olvidare las insignias de la Orden, ese Lobo negro en fondo amarillo fue para mí la salvación. “Roble, cuero y acero” dijo el Capitán y levantó su vaso.

– “Roble, cuero y acero” respondió el caballero y levantó también su vaso antes de beber. 

Quintus echó un vistazo a su capa, el Lobo negro parecía feroz y temible, pero el caballero sabia que el verdadero significado era la manada, la familia, y la unidad ante la adversidad. Un lobo solitario no era un lobo en plenitud, y él hacía mucho tiempo estaba solo. “solo no, con Compañero” pensó el caballero y volvió a observar al corcel recordando el cariño que sentía por el animal. 





La niebla se dispersó con el transcurso de la mañana, pero a pesar de la visibilidad, el bullicio fue la primera señal de que el viaje llegaba a su fin. Cientos de voces se unían en un coro incomprensible, voces, sonidos animales, golpes de martillo y demás ruidos viajaban por la superficie del agua hasta la embarcación, Molino Viejo estaba cerca. La segunda señal fue el olor. Sudor, carne asada, humo, basura y hasta mierda se juntaban para formar un aroma desagradable,que anunciaba la llegada a la ciudad. Finalmente después de una curva del Río Grande, la ciudad se presentó para los tripulantes del barco. Cientos de edificaciones, un muelle muy concurrido, banderas de muchos colores y multitud de personas, todas ocupadas en sus propios problemas, yendo de un lado a otro contenidos por la muralla defensiva, la cual era recorrida por soldados y vigías.

El desembarco tomó más de una hora, primero las personas, luego los animales y luego la carga. La idea era seguir la caravana de mercaderes hasta el camino del Rey, desde allí su rumbo era incierto. Antes de eso Quintus debía ir al mercado a comprar suministros para el viaje. El caballero acordó con el Capitán que esperaría que regrese para bajar a Compañero del barco.

El mercado rebosaba de gente, entre los puestos había pasillos que se cruzaban unos con otros formando una ciudad en miniatura, caminar por ahí era tedioso para el tuerto, gente que caminaba despacio lo obligaba a frenar, otros lo empujaban y casi es atropellado por un hombre que avanzo con paso decidido mientras tiraba de un carro como si no hubiera nadie delante de él. La mayoría de la gente se movía de forma orgánica, como acompañando el ritmo del mercado, pero Quintus no lograba sentirse cómodo.El bullicio era constante, había muchos puestos con comida, frutas, verduras y carnes, telas, ropas, utensilios y demás artículos. Aromas fuertes de comidas exóticas se mezclaban con perfumes, y frutas en descomposición, el suelo era de barro. Había piedras que estaban dispersas en algunos lugares pero la cantidad de gente que pasaba hacía que el desgaste sea inevitable. Entre los pasillos de los puestos, pudo ver variedad de personajes pintorescos, un mercader gordo y vestido coloridamente vendía especias y telas de mucha calidad, una anciana ofrecía a los gritos carne asada, una pelea entre dos hombres tenía lugar en el medio de un pasillo y varios niños correteaban por el lugar. A pesar de la multitud, Quintus era muy consciente de que lo estaban siguiendo. Dos hombres habían estado a cierta distancia de él observando constantemente, simulando hablar con los mercaderes pero sin perderle el paso.



 

Una vez que tuvo las cosas que necesitaba, el caballero emprendió el camino hacia el muelle nuevamente. Dobló en una esquina mientras comía una manzana y al salir de la vista de sus perseguidores se apresuró a esconderse para emboscarlos. Cuando aparecieron, Quintus derribó a uno de un sorpresivo puñetazo en la cara, tomó al otro del cuello y lo apretó contra la pared.

– Solo intenta levantarte y abro el estómago a tu amigo–  dijo amenazando al hombre en el piso, mientras les mostraba el cuchillo que tenía punzante en la barriga del que estaba de pie.

– Tranquilo amigo, no queremos problemas–  dijo el hombre mientras Quintus lo sujetaba por el cuello.

– ¿Qué quieren de mí? – Preguntó – Sé que también llegaron en el barco.

El hombre sonrió de forma nerviosa. Quintus pudo ver que le faltaban muchos dientes, y los que tenia iban de los tonos amarillos a marrones con algún paso por el verde.

–Así es, viajamos en el mismo barco, y vimos el trato que el capitán te dio, solo queremos que te nos unas en el camino… debemos proteger a los comerciantes y nos vienen bien las espadas extras.. juro que solo es eso… me lastimas.. por favor.

Quintus lo soltó, y dio un paso atrás pero no guardó su cuchillo. – ¿Hacia dónde se dirigen?

El hombre de dientes sucios se frotó el cuello mientras sonreía. – Vamos hacia el camino del Rey, te pagaremos… solo es dar protección, lo más probable es que nada suceda…  será dinero fácil.

El tuerto no confiaba en estos hombres, pero el dinero le venía bien y tenía intenciones de antemano de viajar en esa dirección. –Está bien, primero pondré en orden mis asuntos y luego partiremos – dijo Quintus

– Si, cuando estés listo unetenos en la puerta norte de la ciudad, allí nos espera nuestro jefe con sus mercancías – Quintus enfundo su cuchillo y observó al hombre que aún estaba en el piso. –Ya puedes levantarte.

 Nuevamente en el puerto, el caballero se despidió del Capitán  y agradeció por su ayuda, todas sus pertenencias estaban cargadas en las alforjas de su corcel, del mercado había traído algo de carne seca, un poco de heno para Compañero, unas pocas frutas y varias hierbas aromáticas, además de zanahorias y cebollas. El Tuerto disfrutaba de cocinar y en el mercado había visto una pequeña olla de hierro, pero se quedó con las ganas, no sería justo que Compañero cargue con tanto peso, el tenía una olla hecha de barro cocido que cumplía la función muy bien, además siempre sabía cómo arreglárselas para cocinar con lo que tenía a la mano.

Se dirigió a la puerta norte la cual divisó pronto, ésta era la más próxima al mercado y una vez fuera de la ciudad vio a los hombres que lo habían estado siguiendo.

– Saludos Sir, por un momento creí que no nos acompañaría – 

– Yo siempre cumplo mi palabra – dijo Quintus, no se sentía cómodo con estos hombres. 

– Me presento, yo soy Casio aunque mis compañeros me llaman “Sonrisas”. Casio sonrió mostrando los dientes que le faltaban y el descuido que tenían los que le quedaban.

– ¿Sonrisas? preguntó Quintus, mientras lo miraba con detenimiento.

 – Es que el apodo es de hace mucho tiempo, bueno… Este de aquí es Decio y aquel es Nicias, “el silencioso”.

Decio era corpulento y usaba bigote, vestía algunas piezas de armadura pero ninguna había sido hecha para él, parecía que las había conseguido poco a poco, o quizás había saqueado los restos de alguna batalla. Por otro lado Nicias era delgado y tenía una llamativa cicatriz en su mejilla izquierda, Quintus sabía que esas heridas eran producto de competir con espadas, la mayoría de los espadachines eran diestros por lo que las heridas normalmente estaban en el lado izquierdo de la cara. 

 –Yo soy Sir Quintus, caballero de la Orden del Lobo… y ya quiero partir.

La caravana estaba compuesta de dos carros colmados de mercancías, adelante un mercader gordo que según Sonrisas era el jefe  y en el segundo carro un hombre delgado que parecía muy nervioso. Además de Sonrisas, Decio y Nicias también había otros cinco jinetes armados. Quintus notó nuevamente que las vestimentas eran variadas, algunas piezas de armadura de distintas calidades y tamaños. El tuerto seguía la caravana, pero desde atrás, a una distancia prudente. La desconfianza ganaba terreno en sus pensamientos. 

Las horas pasaron sin demasiada novedad, Sonrisas se mantuvo siempre con el Jefe de la caravana y cada tanto le lanzaba una mirada y saludo. Quintus se limitaba a observar. Después de un rato Sonrisas se acercó a él.

– Sir, nuestro jefe ha decidido tomar el atajo por el bosque bajo.

–¿Por qué? nuestro trato era llegar hasta el camino real–  dijo Quintus mientras lo observaba con un claro disgusto

– Sí, es cierto… pero en unos kilómetros debemos cruzar el Río Calmo y solo puede hacerse con el balsero – dijo Sonrisas, mientras desviaba la mirada. – El camino está lleno, y si tenemos la mala fortuna de encontrarnos con un Señor y sus seguidores estaremos horas antes de cruzar y ni mencionar el precio de la balsa… por el atajo, es un poco más largo…pero demoramos menos tiempo.

La idea no le gustaba a Quintus, sobre todo por la desconfianza que le generaba Sonrisas y su grupo. Pero pensar en volver a subir a una embarcación también era detestable.

– Está bien, tomaremos el atajo – dijo Quintus mientras observaba al jefe, quien devolvió la mirada, como esperando una respuesta.

El atajo era poco más que un sendero, la escasa altura de los árboles obligó a todos los jinetes a seguir a pie, por lo que los caballos fueron amarrados a la parte trasera del primer carro de mercancías. Quintus tenía sus armas y escudo con él, pero se había negado a atar a Compañero con el resto de los animales, su caballo seguiría el paso por su cuenta.

Poco a poco el ambiente se volvió más húmedo, la tierra comenzó a transformarse en barro y desplazarse se hacía cada vez más dificultoso, los árboles tenían formas retorcidas, estaban cubiertos musgo y hongos, extrañamente no se oían sonidos de animales, y un hedor inundaba el ambiente, para empeorar el panorama, la zona estaba plagada de cadáveres, como si antiguamente hubiese habido una batalla. Al ver los cuerpos los hombres de Sonrisas comenzaron a revisarlos, tomando piezas de armaduras, armas y distintas prendas. Quintus había notado que además de haber estado hechas para otros hombres, todas las piezas metálicas se encontraban en pésimo estado, la humedad del lugar y el paso del tiempo habían hecho que las antiguas armaduras hoy sean chatarra. Las sospechas que el tuerto tenía eran ciertas, estos hombres no dudaban en saquear a los muertos, no había honor en ello.

– ¡ah! Gritó uno de los hombres y le dio una patada a la cabeza de un cadáver. – Éste se movió, lo juro – Dijo mientras miraba a sus compañeros con asombro. Los hombres de Sonrisas comenzaron a reír a carcajadas – Lo juro, es cierto… Lo juro por  mi honor– Dijo con enfado ante las burlas, pero las palabras del asustado hombre solo lograba hacer que las carcajadas aumentaran, hasta Quintus sonrió un instante hasta recapacitar en la situación y en sus sospechas. 

El caballero se acercó a la carreta de adelante dispuesto a hablar con el jefe de la caravana – Este atajo no lleva a ningún lado, en poco tiempo los carros quedarán enterrados en el barro – dijo Quintus con molestia.

– Lo sé Sir, pero creí que usted conocía el camino, Sonrisas me dijo que era un atajo habitual de ustedes – dijo el mercader 

– Es la primera vez que paso por aquí – Respondió el tuerto mientras notaba que tres hombres se acercaban.

–¿La primera vez? ¿Pero usted no es el jefe de la compañía? Preguntó el Mercader sorprendido.

– Hijo de puta – murmuró Quintus, que se había dado cuenta de la trampa. 

– No soy el jefe, los conocí hoy mismo… no importa, no voy a permitir que te roben.

El instinto le hizo aflojar su espada en la vaina, pero la razón lo obligó a tomar su hacha de mano, la espesura de la vegetación haría difícil pelear con espada, la batalla se iba a dar cuerpo a cuerpo. – Roble, cuero y acero. Protejan mi cuerpo y den a mi brazo la fuerza del hierro siempre que se levante para defender al pueblo.– murmuró el caballero. 

Quintus se dio media vuelta al escuchar los pasos apresurados de Nicias quien estaba lanzando una estocada a traición por la espalda, fácilmente desvió el golpe con el escudo y contraataco con el hacha directamente a la cabeza del bandido. Nicias “el silencioso” cayó desplomado al suelo y comenzó a temblar con el yelmo y la cabeza destrozados.

Los otros dos hombres atacaron a Quintus, que se movió hacia atrás desviando golpes y esquivando, intentando hacerse con espacio y evitando verse rodeado. Los gritos, los golpes y el sonido de la batalla inundaron la zona. Los dos mercaderes apuraron a los caballos y los carros se adentraron en el camino a toda prisa. Compañero, siempre atento a lo que el momento requería, embistió al galope a dos hombres que se sumaban al ataque, dándole espacio a Quintus. Pero la espesura de la vegetación hacía al corcel una víctima fácil si los bandidos se organizaban. El caballero no dudó y dio la orden – ¡Fuera Compañero! ¡Al camino! Gritó y el caballo de batalla se marchó siguiendo la caravana. “No voy a arriesgarte amigo” pensó el tuerto. Después de deshacerse de otro contrincante Quintus se vio realmente en problemas, Sonrisas y los demás estaban logrando rodearlo.

– Malditos perros– gritó Quintus y lanzó un ataque a uno de los bandidos pero este logró cubrirse a tiempo.

 – Ya basta viejo, no queremos arruinar tu escudo y tu capa.. esas insignias nos servirán de mucho je je je – Dijo Sonrisas mientras se movía por detrás de sus hombres. 

El tuerto estaba rodeado, pero nunca se cruzó por su cabeza rendirse, Sonrisas dio la orden de matarlo y el círculo de bandidos  comenzó a cerrarse más en torno a Quintus, justo en ese momento ocurrió lo inesperado,  Sonrisas comenzó a gritar mientras dos cadáveres se le arrojaban encima, los muertos que se encontraban dispersos por el camino estaban sobre el bandido mordiendo y desgarrando su cuello mientras Quintus y los demás bandidos observan sorprendidos por el hecho. Entonces el grupo se dio cuenta de la situación, antiguos guerreros muertos, algunos con armas o palos, vestimentas podridas, huesos expuestos y carne en descomposición, cientos de ellos estaban por todo el lugar, y avanzaban a paso lento pero firme.

Los hombres de Sonrisas comenzaron a dispersarse por todas direcciones pero solo una idea se fijó en la mente de Quintus, “Compañero”.Los caballos siguieron a la caravana tierra adentro de ese maldito lugar. El caballero embistió con su hombro al bandido más próximo y comenzó a correr en la dirección en que vio irse a su amigo, abriéndose paso a hachazos. El sendero se convertía cada más en un pantano, pronto el barro llegó a sus tobillos, las huellas de las carretas y caballos estaba seguida por muchas otras huellas, y los muertos estaban cada vez más cerca, eran lentos pero el barro no parecía afectarles, algo mágico sucedía. Los gritos de los bandidos y los golpes de espada inundaban el lugar pero uno a uno se fueron apagando. El miedo llenó el pecho de Quintus cuando comenzó a escuchar a los caballos siendo atacados, nunca había sentido temor a enfrentar a un enemigo pero la pérdida de Compañero lo hacía temblar.

Cada vez con mayor dificultad, Quintus avanzaba derribando enemigos que se volvían a poner de pie, cada paso en el barro le restaba energía, se encontraba mojado, cansado y desesperado por llegar a su amigo, ya lograba ver los carros  pero no oía a los caballos ni a los dos mercaderes. Mientras avanzaba, más cadáveres aparecían, el caballero los derribaba y continuaba intentando conservar sus fuerzas pues las oleadas de enemigos no cesaban y el agua ya le llegaba a las rodillas, era una batalla que no debía prolongarse.



 

Finalmente Quintus llegó a lo que quedaba de los carros, el escenario lo estremeció, no encontraba explicación a lo que su único ojo le permitía ver. El lugar parecía haber recibido la furia de un gigante, el tuerto no pudo encontrar a los mercaderes y los restos de los caballos estaban esparcidos por toda el área. “Compañero… Compañero” el caballero estaba siendo presa de la desesperación, comenzó a buscar por todos lados, mientras silbaba para llamar a su corcel y amigo. De un momento a otro, Quintus estalló en llanto, ninguna herida jamás le había causado tanto dolor como el que sentía en ese momento. Intentó encontrar el cuerpo de su amigo pero la destrucción era total, barro, sangre y agua salpicaba los restos de las carretas, las mercancías también estaban esparcidas por todos lados además de partes de cuerpos humanos y equinos. Entonces pudo verla, la maldita silla de montar, lo que quedaba de ella se encontraba entre el barro y la sangre que llenaban el lugar.

– No…– La palabra no fue más que un suspiro, pero causó dolor, la peor sensación del mundo colmó el pecho del caballero, las lágrimas surcaban su rostro. Quizás, el saber que no habrá otra oportunidad para demostrar el afecto hacia un ser querido, hace pensar si uno fue suficiente, si ayudó cuando hizo falta, si no pidió más de lo que dió.

 “La silla.. si no lo hubiese cargado…si yo me hubiese hecho cargo de mis cosas… quizás…Hubiera estado liviano para huir” –¿por qué?  Gritó el tuerto mientras sollozaba.

Los Muertos se acercaban, y el dolor se transformó en rabia. Quintus aprovecho estos enemigos que se levantaban para desatar su ira, golpeo con el hacha, con sus manos, con sus pies. Uno tras otro se acercaban y recibían la furia del caballero.“¿por qué no estuve?… puede hacerlo mejor…fui egoísta…¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?”

El cansancio, la rabia y las lágrimas le dificultaron la vista pero Quintus parecía dispuesto a seguir luchando hasta morir en ese pantano, entonces pudo verlo, Sonrisas, o lo que quedaba de él, se acercaba a paso lento, aun con su espada en la mano y cubierto de sangre, avanzaba hacia el caballero.

– ¡Tu! Esta vez la palabra fue un rugido. Quintus guardó su hacha y corrió hacia Sonrisas preso de una locura incontrolable– ¡Es tu culpa! – Gritó – ¡Maldito bandido hijo de puta!– 

Nunca en su vida, en ninguna batalla, jamás, el tuerto lanzó un golpe con tanta furia, el puñetazo rompió los asquerosos dientes del bandido muerto, y lo derribó en seco.

Quintus rugía, lloraba, gritaba y golpeaba. En cierta forma Sonrisas tenía suerte de estar muerto. El caballero lo tomo de el peto de la armadura y volvió a poner de pie al bandido, esta vez lo golpeó directamente con la cabeza, nuevamente cayó al suelo y nuevamente Quintus lo levantó, pero ahora lo arrastró hasta la rueda de una carreta, lo apoyó contra la misma y comenzó a golpearlo con todas sus fuerzas. Pronto el rostro de Sonrisas se transformó en una masa roja. Entre golpe y golpe el caballero lanzaba insultos, pero la fatiga hizo que Quintus se detenga y repare en los otros muertos de pie, estos habían dejado de avanzar y se detuvieron en su lugar, todos ellos con la vista fija en Quintus. –¿Qué esperan? ¡A luchar! ¡Vamos! El caballero volvió a tomar su hacha y escudo, intentando conservar la calma y recuperar el aire. Nadie se movía, el pantano había vuelto a estar muerto, pero esta vez los cadáveres estaban de pie y lo observaban.

Entonces Quintus noto movimiento, algunas raíces serpenteaban por el barro y el agua que había perdido la calma. Poco a poco emergió una extraña criatura, una especie de araña o pulpo gigante compuesto de raíces, cadáveres de distintos hombres y animales, algas y el propio barro del cual había emergido, se alzaba muy por encima de Quintus y este era observado por cada cadáver que componía las extremidades de la monstruosidad. Ahora estaba claro que había destrozado los carros. Cuando el monstruo apareció, el hedor llenó el ambiente. Un olor a carne podrida obligaba al tuerto a hacer un esfuerzo por no vomitar, el caballero no podía creer lo que estaba viendo, y la “cosa” lo atacó repentinamente, uno de sus aberrantes tentáculos se abalanzó cortando el aire sobré el tuerto, que instintivamente pudo poner su escudo por delante. La violencia del golpe lo elevó en el aire y sintió cómo su cuerpo impacta contra ramas y árboles para caer de lleno contra el suelo. Todo el aire de su pecho se escapó, y sentía dolor en todos lados, la batalla ahora era simplemente por respirar… Quintus tosió sangre y penosamente pudo incorporarse. La criatura se desplazaba hacia él con dificultad, el mismo pantano que la formaba parecía contenerla. Nuevamente lanzó otro ataque que no dio de lleno en el caballero gracias a la vegetación.  “No puedo con esto… no sin prepararme.. no si no puede morir”. Pensó. Haciendo uso de sus últimas fuerzas, el caballero comenzó a alejarse, tuvo que derribar otros muertos, y notaba como la criatura intentaba avanzar hacia él, por suerte la densidad del pantano la contenía. “Quien haya realizado esa maldición, se ocupó de que no escape”. 

 



El sol en la cara le hizo darse cuenta de que el final de ese lugar maldito estaba cerca, y los sentimientos de dolor y pérdida regresaron a él. La furia parece dar alivio, pero realmente genera más dolor que la propia sensación de soledad. Pronto se encontró afuera, llegó a un claro surcado por un arroyo, todo regado por la luz del sol. Se acercó al agua, y bebió, se lavó la cara mientras sentía como la tristeza lo llenaba nuevamente. De alguna forma extraña la belleza del lugar en el que estaba le generaba dolor, ya no podía compartirla con Compañero. Entonces se recostó, y sintiéndose por fin seguro, dejó que el cansancio de la batalla hiciera que el sueño se apodere de él.

Luego de un rato, Quintus se despertó exaltado, entre pesadillas de monstruos y cadáveres. Tomó su cuchillo del cinturón y se puso en guardia. Entonces lo vio. Compañero estaba junto a él. El corcel se encontraba bastante magullado pero bebía del arroyo con calma.      – ¡Ja ja viejo mañoso! Siempre lo haces mejor yo maldito caballo astuto… ¡Saliste del infierno sin rasguños! La alegría se apoderó de Quintus, que olvidó sus dolores por un momento y se paró para abrazar a Compañero, el cual parecía reír y disfrutar con las palabras del tuerto. De alguna forma, Compañero había evitado todos los peligros del pantano y pudo escapar. – Perdón amigo, creí que te había perdido– El caballero se encontró nuevamente llorando pero esta vez era de alegría, abrazaba y acariciaba enérgicamente al corcel, que también se movía demostrando su alegría.



 

Tiempo después, el caballero recordaría este día, se enfrentó a los bandidos, a los muertos y a la monstruosidad del pantano, pero la herida más profunda había sido la sensación de soledad, Compañero era su amigo, su familia. Después de todas las dificultades del día, después de todo el cansancio, el refugio había sido el otro. 


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